El pasado 21 de diciembre de 2009, el Juzgado de lo Mercantil nº 1 de Castellón ha dictado sentencia por la cual se aprueba el convenio ordinario concursal propuesto por Ceraworld Cerámicas, SA.
Salvando el importante aspecto estadístico de que apenas entre un 4-6% de las empresas en concurso consiguen aprobar un convenio concursal, lo hasta ahora escrito parece lo normal e incluso lo fácil.
Un deudor no puede atender sus pagos, convoca a sus acreedores y negocia un nuevo plazo y unas nuevas condiciones con una quita como principal escollo para aceptar o no. El proveedor hasta cierto punto hace de tripas corazón y ayuda a su cliente a mantener el negocio con su adhesión al convenio propuesto. Sin embargo, la mayoría de las veces, esto no ocurre.
¿Por qué resulta, entonces, tan difícil aunar los intereses contrapuestos de un concurso? ¿Por qué el empresariado, en esta difícil coyuntura, tira la toalla con tanta facilidad?
Debo decir es posible salir de una situación concursal y, además, creo que ésta ha de ser la situación normal tanto en tiempos de crisis como de bonanza económica.
Los asesores de empresa a menudo nos escudamos en la legislación, en los tribunales o en el mal ajeno para excusar nuestras propias limitaciones.
No es el mensaje que se ha de transmitir a los empresarios, en concreto, al empresario del azulejo. En general, tan acostumbrado a ganar, tan despreocupado por mejorar.
Es cierto que hay empresas que no van a salir de esta crisis porque hace ya algún tiempo que su carnaval había pasado y los años de increíble actividad en el sector de la construcción retrasó su desaparición por obsolescencia, por irrelevancia o por no aportar nada un poco diferente ni preocuparse de ello. Por el contrario, existen otras que están en procesos de liquidación absolutamente innecesarios que con la restructuración y la visión profesional adecuadas tienen tanta viabilidad como cualquier otra.
Los procesos concursales no son acuerdos taumatúrgicos y extraños, mecidos por manos ocultas en pos de grises intereses. Un proceso concursal es una oportunidad única para el empresario con efectos ad intra y ad extra de mejorar su proyecto porque es evidente que algo se estaba haciendo mal.
Y, en ese sentido, aunque un proceso concursal nunca es deseable, además de caro, puede representar la base para un mejor futuro y muchas más oportunidades para un crecimiento sostenible de todos los agentes económicos afectados. Una financiación ajustada, una plantilla saneada, un producto competitivo, un mercado claro u otros ratios similares son siempre elementos a valorar desde la dirección de cualquier empresa que pueden replantearse dentro del proceso concursal y tener al menos la posibilidad generar de nuevo valor.
Por desgracia, los abogados estamos abusando del concurso como mera arma arrojadiza, como instrumento de presión, cuando no de coacción, a deudores que está pasando por un mal momento. Sin pararnos a reflexionar de todo lo bueno y los instrumentos que ofrece la ni siquiera pubescente (y mejorable, como cualquier cosa en la vida) legislación concursal.
Con la debida visión y planteamiento a medio y largo plazo, la empresa –por la responsabilidad social que se le supone respecto de sus socios, directivos, empleados, clientes y proveedores- no puede ir casi irremediablemente a la desaparición, a la tragedia ordinaria y tan común de la muerte de un valor, de una marca y de años de trabajo.
Existe decididamente una salida al concurso, una salida que exige seriedad, continuidad en el esfuerzo y sobre todo algo que ofrecer, porque la tierra prometida que ofrece un convenio aprobado es seguir trabajando mucho para crear algo con sentido.